domingo, 19 de febrero de 2012

Antruido Carnaval en León: Artículos Héctor-Luis Suárez




Autor: Héctor-Luis Suárez Pérez
Conservatorio “Cristóbal Halffter”, Ponferrada.

Fotos: Diario de León.
Publicado el 24 de febrero del 1998. Sección: Provincia. DIARIO DE LEON

http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/san-anton-recuperacion-y-puesta-valor-exitosa-fiesta-popular_1219782.html 

Título: Antruido, antruejo: toros, zafarrones, guirrios y cencerros.

El porqué de los antruejos de Velilla de la Reina y sus homólogos
En la península ibérica son numerosos los ejemplos de personajes que, ataviados de forma grotesca o desagradable a base de máscaras, de pellejos y trapos viejos, y cargados de cintos de cencerros o esquilas, se dedican durante los días principales de la celebración del antruejo o carnaval, a atemorizar, entiznar, perseguir a vejigazos con vejigas hinchadas, o mojar a jeringazo limpio y, en general, a hacer correr ahuyentados por su siniestra presencia a todos sus convecinos, en especial a los de menor edad y a los de sexo femenino, participación activa o pasiva que en la geografía leonesa se conoce como “correr el carnaval”. Estas ruidosas comparsas enmascaradas han sido objeto de estudio por parte de antropólogos y etnógrafos de toda Europa, pues se repiten salvando los matices , en grandes extensiones de este territorio. En el caso concreto de la realidad hispana, quizá sin ninguna objeción entre sus colegas, el desaparecido Julio Caro Baroja, principalmente a través de su obra El Carnaval, sea quien mejor puede figurar al frente del ramillete de autores que han dedicado su trabajo y obra a atender este tema. Así y dentro del periodo del año que para este investigador comprende el ciclo del antruejo o carnaval, es decir entre la despedida del año viejo y el inicio de la cuaresma, aparecen clasificadas, perfectamente detalladas y estudiadas en dicha obra,. numerosas modalidades de estas mascaradas, de las que gran número están vinculadas especialmente a la mitad norte del territorio nacional. Algunas de las conservadas han cobrado mayor auge en los últimos años gracias a su explotación turística y destacarían entre un conjunto más amplio: los “cigarrones”, de Laza y otros pueblos orensanos de la comarca de Verín, los integrantes del “Zampanzar” , de Ituren y Lanz en Navarra, los que protagonizan la fiesta de la “viejanera”, en el pasiego oeste de Cantabria, los cientos de devotos “diablos” de “la endiablada “ el día de San Blas en Almonacid del Marquesado, o los protagonistas de otros festejos similares zamoranos, extremeños, aragoneses, vascos, de Cuenca o Guadalajara, Cataluña, etc.
Los territorios comarcales comprendidos en los actuales límites de la provincia leonesa no son y menos lo han sido en un próximo pasado, ajenos a este fenómeno, español y europeo. Alusiones a ello se encuentran en los numerosos trabajos antropológicos, etnográficos, filológicos, etnomusicológicos o costumbristas, redactados principalmente en la centuria que va desde 1850 y 1950. En las descripciones y explicaciones contenidas en sus páginas, en los prólogos y en los vocabularios dialectales de esta ingente obra de autores como el padre Cesar Morán, Alonso y Garrote, García Rey, Fernández Nuñez, Krüger, Venancio Blanco, Julio Pujol, y un largo etc., figuran alusiones a múltiples ejemplos de mascaradas o cencerradas de este género relacionado con el antruejo. Desgraciadamente este corpus documental, aunque en su mayoría al alcance de cualquier curioso en los fondos de la Biblioteca Regional M. D. Berrueta, es desconocido por muchos de nuestros paisanos, incluso por algunos que alardean de investigadores de temas locales, y, hasta en alguna ocasión, ha sido injustamente manipulado a nivel social o político por parte de otros.
Entre las alusiones al “antruejo”, “antruido”, “antroido” o carnaval, que son algunas de las denominaciones más extendidas por la provincia, y tratando de presentar en las comarcas leonesas ejemplos similares a los localizados a nivel nacional por Caro Baroja para todo el periodo del ciclo del carnaval, se pueden distinguir varios ejemplos. En primer lugar, se encuentran los festejos que teatralizan a través de personajes grotescos y simbólicos, ritos hipotéticamente pre-romanos, posteriormente romanizados y también a veces cristianizados, en relación con arcaicos cultos a la naturaleza y a la fertilidad de la tierra, como en el caso de las fiestas saturnales o las kalendae. A ellos pertenecen las “xiepas” de la sierra maragata y otros semejantes, donde estas comparsas aparecían y quizá todavía aparecen, si hay humor entre los vecinos, arando en los primeros días del año la nieve, la tierra de la plaza o la era del pueblo. Un arado y su rejo son tirados por dos de estos personajes cargados de pellejos y cencerros, mientras otro compañero que les sigue va sembrando el surco con cenizas. En otros lugares, como en el babiano Villargusán, en las mismas fechas, solo se dedicaban a “correr el año viejo” por las calles y “echarlo” simbólicamente del pueblo, eso sí, sin faltar los sustos, las bromas y la consabida cuestación y merienda. En Piornedo además ya comían en esos días y durante actos similares las típicas “orejas” dulces de carnaval. Al acabar tales representaciones, como ya he apuntado, estas sorprendentes comparsas recorrían ruidosamente el pueblo recolectando con cestos, y ayudados de sus tenazas, tridentes y forcas, todo tipo de productos comestibles para posteriormente ser degustados en la consabida merienda de mocedad. En algunos pueblos como en Quintana del Monte, esta ”función”, sinónimo popular de actuación y denominación por la que eran conocidos el conjunto de los actos, se vinculaba al Día de Reyes.
Hasta no hace muchos años, en el mes de enero y en áreas del sureste provincial, en concreto en pueblos como Izagre o Joarilla de las Matas, en torno a la festividad de Sta. Brígida, 31 de enero, los quintos, en comparsa, se reúnen con fines, actos e indumentaria similares a los expuestos. Son conocidos como “los brígidos” y degustaban su merienda desde el campanario tocando sin cesar a “tente nube”, pues en esa noche la tradición aseguraba que los míticos “renuberos” originaban las tormentas para todo el año. También en enero, sin guirrios o brígidos, se celebraban numerosos los festejos protagonizados por animales vinculados al cristiano culto de San Antonio Abad o San Antón, de los que todavía quedan algunas reminiscencias en lugares como La Bañeza. Ya en febrero, San Blas se celebra entre otros actos con corridas de gallos. Todavía en varios pueblos ribereños del bajo Esla, eso sí, hoy con gallos colgados previamente muertos, se celebran carreras a caballo de este género en las que los participantes intentan el pescuezo del animal en en cada pasada. Entre otras localidades se practica en la actualidad en Villademor de la Vega. Sta. Agueda desata el protagonismo femenino, lo que se trasluce en la entrega de la vara de alcalde a las mujeres, desenmascarando un estado de matriarcado encubierto que año tras año vuelve a la luz nuevamente en La Bañeza o en Valderas. En Babia y en relación con este tipo de ritos femeninos, muchos de sus paisanos todavía recuerdan la singular “paliza” en que consistía el “dar los cacharrones” por las mujeres a los varones.
El periodo integrado por el jueves “lardero”, jueves o viernes “de comadres”, “sábado figolero”, “domingo gordo”, lunes y martes de carnaval y miércoles de ceniza donde Caro Baroja plantea el triunfo (fin de semana), clímax (lunes y martes) y muerte del carnaval (miércoles), sin olvidar su último rescoldo el sábado de piñata, es en el que, entre otros personajes posteriormente detallados, aparecerán triunfantes las comparsas de guirrios o zafarrones. Estas mojigangas, descritas en El Quijote, se relacionan con antiguas manifestaciones homólogas celebradas en la antigua Grecia, vinculadas a cultos dionisíacos. En el caso leonés, alusiones a las mismas comparsas de zafarrones aparecen desde autores y fuentes literarias más próximos a nuestros días y al período antes reseñado como es el caso de Gil y Carrasco, quien da buena prueba de lo dicho en su descripción de la boda maragata incluida en el apartado dedicado al Maragato de Los Españoles pintados por sí mismos, hasta el medieval Libro de Aleixandre, donde igualmente son mencionados. También aparecen relacionados los zafarrones en numerosos testimonios escritos o recogidos por medio de trabajo de campo, alusivos a la cencerrada que se propinaba de modo anónimo a quienes contraían segundas nupcias tras la viudedad. En estos casos protagonizaban burlas y rituales, más allá de lo tolerable, en el caso de negarse los novios a participar de los mismos. El estrepitoso sonido de sus cintos de tejón, ciervo o jabalí, repletos de cencerros y esquilas, hipotéticamente, según los antropólogos, alejaría los malos espíritus a la par que generaba un entorno sonoro muy bullanguero, mientras que, paralelamente, los zumbidos que provocaban en exclusiva en esas fechas haciendo girar sobre sus cabezas sus “bufos” y “bramaderas” ( instrumentos que Vds. pueden ver en estos días en la exposición “Sones de Ayer” en el edificio Fierro de León y que conservan en su atuendo, entre otros, los Guirrios de Velilla de la Reina), son, según otros autores, entre ellos Cesar Morán, restos de ritos en los que tal vez servirían de ancestral convocatoria a personajes o deidades desconocidas.
Entre el diverso mosaico denominativo de estas comparsas aparecen acepciones similares en diferentes comarcas leonesas, que, a su vez lo son a a las recogidas en otras provincias limítrofes. Entre ellas destacan los vocablos “guirrio”, localizado en Asturias y en León, entre muchos más, en Los Argüellos, Cármenes, La Tercia, o en la zona del Orbigo Alto y Medio, Velilla, Llamas, Carrizo, etc. , o “birria”, de idénticas circunstancias en Zamora y en la zona del Sur del Orbigo, Alija, etc. Ambas, están además relacionadas con el nombre del igualmente enigmático, grotesco y “gracioso” personaje que dirige y hace sitio a las danzas de paloteo, en el ámbito religioso. “Tafarrones” y “zafarrones”, en Omaña, “campanones”, en La Cabrera, “zamarrones” en otros muchos pueblos, o las más particularizadas de “jurrus”, en Alija, “xiepas”, en la Maragatería Alta, “bríjidos”, en el sureste provincial, “paparrajos”, en Calzadilla de Los Hermanillos, “juanillos” y “arrumacos” en Castrocalbón, etc. en su conjunto, constituyen ese mosaico linguístico tan añejo, en el que varios de sus integrantes, de modo tradicional en cada pueblo, han sido empleados para designar las numerosas variedades de tan populares personajes. Llegados a este punto se debe hacer constar que, aunque si bien es cierto que existen pruebas y testimonios de toda índole sobre esta clase de celebraciones, se puede afirmar a la par que, al menos en los últimos cien años, periodo aproximado cubierto por la memoria de los informantes directos o de los tomados de otras fuentes mencionadas, no en todos los pueblos de la provincia existía todo el año la costumbre de realizar dichas “zafarronadas”. En esta línea, he recogido testimonios en diversos pueblos, incluso cercanos a los que celebran dichas “guirriadas”, donde taxativamente me fue negada su vinculación presente o pasada con dicha localidad. Por tanto, al igual se puede afirmar, que, tampoco en todos los pueblos de una misma comarca se realizaban actos carnavalescos, siendo desconocidos bien por no ser práctica propia y habitual del lugar, por haber caído en desuso desde antaño, o en el momento de mi encuesta, la década de los 80. De todos modos, es de destacar que las memorias de nuestros informantes no abarcan solo a las comparsas de “zamarrones”. Hoy se pueden recoger e incluso contemplar, es el caso de Carrizo, testimonios sobre otros personajes propios del carnaval, como la popular “tarara” en Noceda del Bierzo o Carrizo, (ámbitos geográficos bastante próximos por los antiguos caminos y monte a través) que tenía su melodías y chascarrillos propios; o los disfrazados de animales como osos en Cerulleda, Lillo, o Balboa, donde dos vecinos también se disfrazaban de caballos y burros, con la cabeza de cesto o paja e inclinándose el que simula la grupa; de gitanos, médicos etc. ; y, especialmente las comparsas de los “toros” y su lidia. De forma individual o combinada, estos personajes y festejos se conservan o han conservado hasta una época bastante reciente en pueblos de prácticamente la totalidad del territorio comarcal provincial, como he podido constatar.
Los “toros” están formados a partir de un ligero armazón de mimbre o madera, portado por una persona. Se presenta cubierto por una sábana adornada de cintas y a su frente está provisto de dos cuernos entre los que se coloca por lo general un cencerro con el que delata su presencia a los vecinos antes de ser correteados y acometidos por “tan fiero animal”. Con su protagonismo, compartido en ocasiones por guirrios y toreros, se llena un espacio importante de estas celebraciones. En la actualidad los de mayor y merecida fama son los de Velilla de La Reina, aunque se celebran o celebraron en numerosas localidades próximas a este pueblo, algunas de antruejos no menos afamados, coloristas e interesantes como Llamas de la Ribera, Sardonedo, Carrizo, Alija del Infantado, Omaña..., aunque en sus fiestas el toro no las protagoniza casi en exclusiva, ni es el centro de las mismas, convirtiéndose además en ocasiones en toro de fuego. Testimonios de actos parecidos se recogen desde la montaña oriental y central leonesa hasta el Bierzo. Como antes expuse, el potencial que en la actualidad proporciona el auge del turismo rural, entre otros aspectos, debe contribuir a dinamizar y consolidar estos rituales salvados del olvido por el innegable y meritorio interés de algunas asociaciones culturales constituidas en torno a ellos y por el arropo popular de los vecinos. En menor medida hay que reseñar el apoyo de las instituciones locales, en las que como manda la tradición leonesa y si Dios no lo remedia, es proporcional el desinterés a su magnitud. Destacan a nivel provincial varias localidades orbigueñas, por disfrutar de antruejos más consolidados, en cuanto a la regularidad de su celebración y a su brillantez, y estas son las de Alija del Infantado, Llamas de la Ribera, Carrizo, Sardonedo, Velilla de la Reina, así como Riello, en el caso de la “zafarronada” de Omaña.
Para concluir, y siguiendo con la localización de ejemplos leoneses similares a los descritos por Julio Caro Baroja y referidos como se ha visto en la obra El Carnaval, no quiero obviar la alusión a “las marzas”, que, según los años ya en la Cuaresma, ”son cantadas en la zona oriental de León, en lugares como Prioro y en otros más en torno a la comarca de Guardo (Palencia). En la Historia de Astorga se describe una curiosa costumbre femenina igualmente atendida por Caro Baroja, vinculada a ciertas tardes de cuaresma en las que, jugando, la vecinas hacían añicos los potes de barro ya usados, encontrándose en la línea de otras descritas y comentadas en el mismo trabajo citado. Finalmente la cuaresma es clausurada el Sábado de Gloria especialmente en la ribera del Esla, en pueblos de la comarca de Cistierna, donde se procede año tras año a colgar y quemar el “Judas”, personaje antropomórfico especie de “mayo” o espantapájaros que simboliza a Dª. Cuaresma y con su quema el abandono definitivo de la misma y todo lo que conlleva, cerrándose así el ciclo anual del carnaval

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